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jueves, 8 de abril de 2010

Angeles Sangrientos


ANGELES SANGRIENTOS
Los Hijos de Sanguinius

En su día, los Ángeles Sangrientos eran considerados la más bendecida de todas las legiones del Adeptus Astartes, ya que poseían el valor y el poder de su primarca, Sanguinius. Pero durante la Herejía de Horus sufrieron un gran golpe: la pérdida de su padre angelical. Su muerte fue tan terrible que dejó una cicatriz en todos y cada uno de los miembros de la legión y, desde aquel oscuro día, se murmura que los Ángeles Sangrientos portan una terrible maldición en la sangre.


Quizá la creencia más herética que existe en el Imperio es que los Primarcas fueron tocados por el Caos desde su infancia. Los eruditos imperiales creen que los precursores del Adeptus Astartes fueron sustraídos de sus criocámaras por los poderes del Caos. Algunos piensan que la magia que rodeaba a los Primarcas, invocada por el propio Emperador, los protegía de todo mal. Se dice que por este motivo, en vez de ser destruidos, fueron enviados cada uno a un punto de la galaxia: para que no pudieran crecer junto al Emperador y bajo el amparo de Terra.
Tiene sentido que los poderes del Caos intentaran pervertir la obra del Emperador, pero la posibilidad de que alguno de los Primarcas fuera alterado por el Caos en su infancia es, sin duda, absurda. Los habitantes del desolado planeta Baal no fueron nunca lo suficientemente avanzados culturalmente como para guardar anotaciones escritas de su historia. No obstante, la tradición oral de la tribu baalita conocida como La Sangre describe las alas del niño Sanguinius desde el momento en que fue hallado, en el lugar conocido como La Cuna del Ángel. Sin duda, Sanguinius era una criatura angelical en cuerpo y alma.

Gran parte de las parábolas y de los salmos que aún hoy recita La Sangre han sido transcritos por los bibliotecarios de los Ángeles Sangrientos a lo largo de los años (los equivalentes actuales de la tribu baalita aseguran contar con descendientes de la línea original entre sus filas) y se mantienen con gran pompa y reverencia en los archivos capilla de los Ángeles Sangrientos.
Por todo esto, se desconoce la historia de la tribu hasta el descenso de Sanguinius. Hay que asumir que se trataba de una típica tribu de Baal Secundus, un miserable grupo de personas sin dioses ni creencias que luchaba para salir adelante en un planeta tan inhóspito. Baal Secundus tiene niveles de radiación que acabarían con un hombre desprotegido en cuestión de segundos. Por tanto, es normal que, cuando los integrantes de La Sangre encontraron tendido sobre las ardientes arenas un inmaculado querubín a salvo pero desnudo y con unas minúsculas alas plumadas, pensaran que se trataba de un mutante.



Se cuenta que, paradójicamente, muchos de los integrantes de la tribu quisieron acabar con el pequeño que, años más tarde, sería su salvador. Aunque una blasfemia como esta es inexplicable, hay que entender que las tribus baalitas de aquel entonces estaban compuestas por meros bárbaros. Aun así, tuvieron que sentir la divinidad de Sanguinius incluso antes de que este hablara, puesto que la compasión prevaleció y se llevaron con ellos al niño, más perfecto y completo que ellos en cualquier aspecto.

Aunque los detalles de la infancia de Sanguinius se han perdido en el tiempo y la memoria, los sucesos más notables de su infancia han sido contados una y otra vez. Una de estas historias cuenta que, antes de que hubieran pasado tres semanas desde su hallazgo, ya tenía la apariencia de un niño de varios años y era capaz de andar perfectamente. Demostró esta capacidad cuando escapó a la vigilancia a la que le sometía la tribu. Cuando sus guardias lo encontraron, el niño se había adentrado en la guarida de un escorpión de fuego baalita, un grotesco depredador que tiene dos veces el tamaño de un ser humano. El infante desarmado acabó con el escorpión pese a que este le clavó varias veces su gran aguijón y le inoculó grandes cantidades de veneno.
La tribu comió bien aquella noche.

Al igual que el resto de Primarcas, Sanguinius alcanzó un gran tamaño, como sus alas. Estas eran tan blancas y virginales como las de un cisne, pero fuertes como las del Águila Imperial. Con ellas volaba por encima de los aterrorizados y devotos habitantes de Baal. Solo un año después de que fuera encontrado en La Cuna del Ángel, Sanguinius era ya más alto que ninguno de los hombres que nunca se hubiesen visto en Baal o en sus lunas. Sus formas eran perfectas y su belleza era tal que muchos no se atrevían a mirarlo por si su visión cegaba su impura mirada. Podía caminar bajo los más duros rayos del sol mientras su familia adoptiva tenía que parapetarse de ellos con unos pesados trajes antirradiación. Podía abrirse camino entre las rocas con sus propias manos, paralizar a un animal con su mirada y elevarse en los cielos para echar un vistazo desde los aires tal y como lo haría un dios. Al tiempo que Sanguinius maduraba, la tribu prosperó bajo su guía.
La transcripción de un mito baalita llevada a cabo por el eminente erudito Hyriontericus Lucidio (2342345M33) ha sido preservada con sumo cuidado entre los tomos altar de los Ángeles Sangrientos. Las palabras de la siguiente cita fueron recogidas inalteradas en el libro de Lucidio Escritura baalita, transcritas tal y como las pronunció el anciano Imrait´il´thax.

"Ellos, los mutantes caníbales, eran cientos, muchos más que nosotros. Lanzaban cuchillas por boca, miraban con ojos, agarraban espadas roñosas y escudos con manos. Sabíamonos muertos en aquel instante. Entonces el Ángel llegó para ayudarnos. Él, el Inmaculado, no quería que nos sucediera nada malo. Primero lanzó un rayo blanco y, luego, con la muerte andando su lado, una cosa roja. Sus ojos y corona parecían ardiendo, intensos. Una brillante corona de violencia, una tormenta de arena de destrucción. Quedámonos perplejos ante la belleza de su danza. Y luego no había mutantes, solo silencio y bajó ante nosotros, goteando sangre, y permaneció inmóvil como una lápida".

Sanguinius pronto llegó a lo más alto de la sociedad de Baal Secundus y, bajo su liderazgo, las tribus baalitas pura sangre se unieron para combatir a los mutantes que se habían extendido como una plaga por Baal. Aunque eran muchos menos, los pura sangres ganaron la guerra contra los desalmados mutantes. El divino y perfecto liderazgo de Sanguinius, junto con su absoluta maestría en el combate cuerpo a cuerpo, acabó con la epidemia que amenazaba con infestar todo Baal Secundus. En batalla, su ira era total e imparable. Y pasó lo inevitable: Sanguinius empezó a ser adorado como un dios por sus seguidores. Pensaban que el paraíso aguardaba a todos aquellos que siguiesen los pasos carmesíes del Ángel.

Y fue así como, cuando el Emperador llegó a Baal, su hijo perdido se sentaba en la cabecera del Cónclave de la Sangre. La Suma Majestad de la Humanidad había interpretado correctamente los símbolos que le habían hecho creer que uno de los primarcas se hallaba en Baal Secundus y condujo a sus mejores hombres hasta la superficie de este planeta. Nota: en este punto, los eruditos dejan de relatar la historia según las fuentes baalitas (aunque estas fueron registradas diligentemente), puesto que el séquito del Padre de la Humanidad incluía muchos personajes distinguidos y escribas artesanos que recogieron todo lo que sucedió en aquel momento.
Se sabe que el Emperador entró en la sala excavada en la roca viva del Monte Serafín durante el clímax del Cónclave de la Sangre. Sanguinius estaba secundado por diez mil pura sangres. El Emperador caminó entre sus filas, una figura dorada que sobresalía entre los guerreros de La Sangre. Pero el Emperador sabía ser humilde de igual manera que era divino y se mantuvo allí como un servidor más del Primarca. Sanguinius ofreció un discurso que alegró las almas de sus gentes y que les dio algo más que esperanza. Cuando acabó, se elevó sobre ellos con sus alas y los hombres prorrumpieron en un grito que retumbó en toda la sala. Ahora, el Emperador sabía sin duda que se encontraba ante uno de sus hijos perdidos.

Cuando el Emperador se acercó a él, Sanguinius reconoció inmediatamente al Emperador. Muchos piensan que la habilidad de Sanguinius para ver el futuro le había avisado de la llegada del Emperador, lo que explicaría su reacción. Cayó a sus pies mientras lágrimas de cristal corrían por sus mejillas. Donde estas caían, crecían flores de alabastro sobre la arena de Baal Secundus. El Emperador le obligó a que se levantara y le mirara a los ojos. Vio que su hijo era puro de obra y pensamiento y que poseía parte de su propia fuerza y nobleza.
Así fue como nacieron los Ángeles Sangrientos bajo el abrasador sol de Baal.

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